Poema Ganador: Premio Taiwan 2010
LI PO Y LA LUNA
Basta de pensar en la soledad, había sentenciado,
y dejé el jardín para compartir las horas con la luna llena,
Y la décima copa de vino, era la magia que empezó a acompañarme,
Ya no está la madre, y los hermanos volaron como tórtolas
Al confín del cielo, y la distancia no agota la vigilia,
Podemos hablar, la luz selenita nos envuelve en el sopor
Y nos embriaga más que el vino,
Y a pesar del barullo resuenan los cánticos antiguos,
Noches de fuego claman por la leyenda de los pueblos,
Dulces jueces legislan el loco amor que de ti destila,
Y abajo, la parsimonia podría deducirse de tu canto, sí, el canto,
El canto más dulce del mundo se escucha ahora que nadie frecuenta esta cueva,
Pero poco importa pues la insolación ha clavado su elixir,
Y la ensoñación es prédica dulce en tu pie nacarado,
Ella expulsa la tristeza del crucial estanque de predicamentos,
Del inútil vértigo del recuerdo y de tu pecera dorada,
El hambre no ha muerto y el frío de la noche palidece en mis dedos,
y la memoria tiñe la frescura de esta copa,
y congela mi torpeza llenándome de música,
¡Luna déjame ser tu trovador!
Tu espejo sagrado baña el llanto y la pena de mi pueblo,
Ella me acompaña siempre en pleno invierno,
Y construye los largos farallones que en ti mueren,
Sólo el incienso cavila la torpe ensoñación que conduce
A ti, y que en ti palidece como piedra sideral,
Entre red y largo azulejo, entre arroz y mítico bambú,
Recuerda piedra azarosa llena de sentido,
Que siendo tu amanuense mi caligrafía volaba como una mariposa,
Y fueron escasas las horas en que no pudiese celebrar
Tu dulce fiesta, el embelesado gesto que guardas para tu elegido,
No, ya no pienso más en la soledad,
Los duraznos florecen todas las noches,
Y el canto de los niños se hace uno con tu límpido trino.
Basta de pensar en la soledad, había sentenciado,
y dejé el jardín para compartir las horas con la luna llena,
Y la décima copa de vino, era la magia que empezó a acompañarme,
Ya no está la madre, y los hermanos volaron como tórtolas
Al confín del cielo, y la distancia no agota la vigilia,
Podemos hablar, la luz selenita nos envuelve en el sopor
Y nos embriaga más que el vino,
Y a pesar del barullo resuenan los cánticos antiguos,
Noches de fuego claman por la leyenda de los pueblos,
Dulces jueces legislan el loco amor que de ti destila,
Y abajo, la parsimonia podría deducirse de tu canto, sí, el canto,
El canto más dulce del mundo se escucha ahora que nadie frecuenta esta cueva,
Pero poco importa pues la insolación ha clavado su elixir,
Y la ensoñación es prédica dulce en tu pie nacarado,
Ella expulsa la tristeza del crucial estanque de predicamentos,
Del inútil vértigo del recuerdo y de tu pecera dorada,
El hambre no ha muerto y el frío de la noche palidece en mis dedos,
y la memoria tiñe la frescura de esta copa,
y congela mi torpeza llenándome de música,
¡Luna déjame ser tu trovador!
Tu espejo sagrado baña el llanto y la pena de mi pueblo,
Ella me acompaña siempre en pleno invierno,
Y construye los largos farallones que en ti mueren,
Sólo el incienso cavila la torpe ensoñación que conduce
A ti, y que en ti palidece como piedra sideral,
Entre red y largo azulejo, entre arroz y mítico bambú,
Recuerda piedra azarosa llena de sentido,
Que siendo tu amanuense mi caligrafía volaba como una mariposa,
Y fueron escasas las horas en que no pudiese celebrar
Tu dulce fiesta, el embelesado gesto que guardas para tu elegido,
No, ya no pienso más en la soledad,
Los duraznos florecen todas las noches,
Y el canto de los niños se hace uno con tu límpido trino.
Pedro Perales
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